conservar la biosfera para salvar al planeta, imagen de la misión Apolo 8 del blog Go Green Madrid
Ide(eco)logia

No hay Planeta B

Hace 51 años, a finales de 1968, el astronauta William Anders fotografió el planeta tierra al pasearse por la órbita lunar durante la misión Apollo 8.  Conocido como el Earthrise, se le ha calificado como la fotografía de mayor valor e impacto ecológico jamás conocida.  Muestra la delicadeza y belleza de nuestro mundo, repleta de diversidad biológica, rodeada por un entorno que carece de ella.

Pocas son las instancias en las que observamos esta fotografía – y seguramente tímidas las reflexiones que obtenemos a través de ella.  Pero estamos íntimamente interrelacionada con nuestra biosfera y dependemos plenamente de ella.

La importancia de nuestra biosfera.

La especie humana ha evolucionado, crecido y prosperado gracias a la amplia variedad de seres vivos que habitan la tierra y los patrones naturales que la conforman.  Sus recursos han proporcionado beneficios esenciales a las 7.300 millones de personas que habitan la tierra – y prácticamente todos ellos las damos por sentado:

  • Nos provee de provisiones, desde alimentos y materia prima, hasta recursos médicos y agua dulce.
  • Nos proporciona regulación con respecto a la calidad del aire, clima, agua, erosión, purificación del agua, plagas, polinización y moderación de eventos extremos.
  • Nos ofrece un soporte esencial para la formación de tierra, fotosíntesis y el ciclo de los nutrientes.
  • Nos provee de beneficios culturales, desde salud mental y física, recreación y ecoturismo, valores estéticos, y hasta valores religiosos y espirituales.

En términos monetarios se estima que el valor de todos los servicios que obtenemos a través de la naturaleza es de unos $125 trillones anuales y que ésta ejerce una influencia directa en la macroeconomía de países, sectores y mercados financieros del mundo. 

Sin un sistema natural saludable, todo lo que conocemos y hemos logrado, se desmorona.

Nuestra destrucción.

Nuestro comportamiento y contribución a la conservación de nuestro planeta durante la mitad de siglo que sigue al Earthrise, ha sido desastrosa y catastrófica.  En gran medida porque se nos ha educado de manera separada de la biosfera, y se nos ha enseñado a explotar y dominarla.

En los 51 años que han transcurrido desde el Earthrise hemos despejado el 50% de las selvas en el mundo, hemos destruido el 50% de los corales, hemos envenenado nuestros ríos y océanos, hemos depositado miles de toneladas de plástico en los océanos, hemos propulsado la sexta extinción terminal desde que la vida comenzó a existir en la tierra hace 4.000 millones de años (ya hemos aniquilado el 60% de mamíferos, pájaros, peces y reptiles en los últimos 50 años – y estamos en camino de provocar la extinción de 1 millón de especies más), y hemos acelerado las emisiones de CO2 hasta el punto donde el cambio climático y el calentamiento de la tierra suponen una amenaza existencial real para nuestra civilización. 

Se conocían los efectos catastróficos.

Lo más trágico es que sabíamos lo que estábamos haciendo, especialmente los que contribuían al desastre ecológico, y todos conocíamos, o por lo menos intuíamos, el efecto adverso que nuestra actividad supondría para nuestro ecosistema. 

A modo de contexto – en 1977, hace 42 años, un científico de la petrolera norteamericana Exxon llamado James Black publicó un informe para la compañía donde concluía que el incremento del C02 en nuestra atmósfera estaba directamente vinculado a los combustibles fósiles.  Su informe predecía incrementos de temperatura global entre 2ºC – 3ºC, siendo hasta 2 o 3 veces mayores en los polos, por las emisiones de la industria de carbono. 

Estas conclusiones se repitieron unos años más tarde, en 1981, por otro científico de Exxon, Werner Glass, donde resaltaba que la tendencia de calentamiento global produciría consecuencias catastróficas para el 2030. 

La multinacional Exxon, al igual que muchas otras, hicieron caso omiso. 

Unos años más tarde, en 1988, el climatólogo norteamericano James Hansen testificó en el Congreso de los Estados Unidos afirmando lo mismo – que el calentamiento causado por el hombre estaba afectando, e iba a afectar mucho más, el clima global.

Durante los años que siguieron, los intereses de la industria de carbones fósiles redobló sus esfuerzos para negar lo evidente y sembrar dudas sobre la veracidad del cambio climático mediante la financiación de think tanks (ej. Cato Institute o New Hope Environmental Services), con capacidad de influir en decisiones políticas, proyectos legislativos y en mensajes de determinados medios de comunicación.

Si bien la contribución del sector energético a nuestra biosfera es catastrófica, no es la única.  Los sectores de transporte, la minería, la pesca y la caza, la forestal, la agricultura y el desarrollo de la infraestructura en general, le acompañan.  Y las fuerzas que incentivan estos sectores somos nosotros mismos, atendiendo a nuestras necesidades de consumo y de producción, en un mundo que ha visto duplicada su población en los últimos 50 años. 

Tenemos 12 años para reducir nuestras emisiones en un 50%. ¿Qué tenemos que hacer para conseguirlo?

Tras el inmenso logro que supuso el Acuerdo de Paris en 2015, donde se constataba la veracidad del impacto de la emisión de los carbonos fósiles en nuestra atmósfera y se introducía la meta de mantener los incrementos de la temperatura global por debajo de 2ºC, hemos asumido con retraso, a regañadientes y de manera parcial la realidad: nuestra civilización requiere un ecosistema sano y robusto para asegurar nuestra supervivencia.

El foco ahora consiste en encontrar e implementar soluciones que restauren el medio ambiente y nuestras sociedades.  Éstas existen.  Muchas se están comenzando a dar hoy, pero su expansión global es imperativa.

Expandir la energía renovable.

Un estudio publicado recientemente por la Energy Watch Group y la universidad LUT de Finlandia demuestra que el 100% de nuestra energía puede ser renovable para el 2050 en todo el planeta. El estudio analiza todas las regiones del mundo, estableciendo la energía requerida para satisfacer la demanda, el mix energético más apropiado y los costes de inversión que supondría lograrlo. Añade también que un sistema energético 100% renovable emplearía a 35 millones de personas, frente a las 20 millones que actualmente emplea el sector energético.

La expansión de la energía renovable implica, por una parte, frenar las subvenciones que reciben las industrias de combustibles fósiles y sus derivados.

Cuesta entender que en España, el estado ofrezca ayudas económicas de 1.000 millones anuales de dinero público, en forma de inyecciones directas o exenciones fiscales, a combustibles fósiles utilizados en el sector de la electricidad, transporte o agricultura.  Situaciones similares se dan en otros países.  A nivel mundo, el FMI estimó ayudas por valor de $5.3 trillones en 2015 – la mayoría para la industria del carbón. 

Cuesta aún más entender que las ayudas se destinen a fuentes energéticas que, a parte de resultar catastróficas para nuestro ecosistema, sean más costosas que las renovables. En 2017, la banca de inversión norteamericana Lazard publicó un informe señalando que los costes de producción de electricidad mediante energías renovables es más barato que fuentes contaminantes. Ej. El coste de producción de 1 mega-watt-hora fue de $50 para la energía solar y $45 para el viento, frente a $102 para el carbón o $148 para la nuclear.

Adicionalmente, la expansión de la energía renovable implica, comenzar a ofrecer incentivos y ayudas en todas las vertientes asociadas a la energía renovable, desde la investigación y desarrollo, hasta su implementación e instalación (ej. edificios inteligentes, infraestructura energética, baterías de almacenamiento de energía y de distribución).  Para esto, la voluntad y visión política y la de sus ciudadanos es indispensable.

Implementar la economía circular.

Nuestro sistema actual se basa en un modelo económico lineal: extraemos materia prima de nuestra tierra, fabricamos productos que consumimos y después los tiramos, generando desechos: take-make-consume-dispose

Los valiosos recursos que empleamos para mantener nuestro modelo económico lineal en funcionamiento son finitos.  Lo que tenemos es todo lo que tenemos.  No hay más.  Y cada vez queda menos.

Debemos re-diseñar nuestra economía, desechar el modelo lineal e iniciar la economía circular – que, en esencia, es un sistema regenerativo en el que nuestros recursos se mantienen en uso el máximo periodo de tiempo posible.  Implica que todos los productos que consumimos sean diseñados desde el inicio bajo la premisa de evitar que se conviertan en desechos. 

A modo de ejemplo – organizaciones como la Ellen MacArthur Foundation en colaboración con McKinsey & Company, están atrayendo y asesorando a compañías multinacionales como Unilever, Philips, Renault, Nike o H&M, para que den el paso, suelten los modelos lineales y centren sus operaciones bajo una filosofía circular.

Pero hace falta también que responsables políticos, instituciones educativas y líderes de opinión populares creen las condiciones para que la economía circular pueda desarrollarse y expandirse adecuadamente. Aquí son esenciales la colaboración, los incentivos, reglas medioambientales internacionales adecuadas o acceso a programas de financiación.

Conservar nuestra naturaleza.

La pérdida de nuestra biosfera y el cambio climático son un mismo problema interconectado con la misma solución común. Mediante acciones de conservación y reforestación de nuestros ecosistemas, reforzamos la captación de dióxido de carbono en nuestra atmósfera.

En este sentido, el biólogo Eric Dinerstein y dieciocho especialistas científicos acaban de publicar en la revista Science, la hoja de ruta para evitar la sexta extinción terminal y reducir el cambio climático.

Bautizado con el nombre Global Deal for Nature (GDN), el informe presenta un plan para proteger de manera inmediata el 30% de la biosfera terrestre y añadir un 20% de nuevos ecosistemas, permitiendo atrapar grandes cantidades de CO2 en el proceso. El coste se estima en 100.000 millones de dólares anuales. Suena a mucho, pero para ponerlo en contexto, es más o menos lo mismo que la fortuna del hombre más rico de mundo, Jeff Bezos.

Por otra parte, no es posible alcanzar las metas marcadas en el Acuerdo de Paris sin salvar y conservar, de manera simultánea, nuestro ecosistema – y para esto, es indispensable que los casi 200 países que se suscribieron al Acuerdo de Paris se suscriban al GDN.

Cambiar la conciencia humana.

La ciencia y la tecnología – las cuales hoy mismo nos ofrecen soluciones y herramientas para revertir la tendencia del cambio climático y conservar nuestra biosfera – por si solas, no bastan. Necesitamos que la sociedad humana las empuje. Y para ello, se requiere un cambio en la conciencia humana.

El reto es considerable. El mapa de cohesión política, que tanto marca la sociedad, se ha desintegrado con la entrada de partidos que promueven nacionalismos extremos. En paralelo, se está produciendo un efecto de normalización, por parte de nuestra sociedad hacia ellos. Una característica clave de los nacionalismos – visibles desde Trump hasta Vox – es que dedican la totalidad de su lealtad a su gente y a su nación, y consideran que no tienen obligaciones significativas ante nadie más. Este aislacionismo no es capaz de hacerle frente a un problema global como el cambio climático.

Llegará el día en el que habrá que accionar medidas ambientales que implicarán sacrificios dolorosos en el corto plazo y que producirán frutos a muy largo plazo. Dirigentes nacionalistas se mostrarán más proclives a primar sus intereses nacionales frente a los globales y de sentido común, y se auto-convencerán que aún hay tiempo para resolver los problemas ecológicos – o quizás, eximirán sus responsabilidades o incluso nieguen las afirmaciones de la comunidad científica y la mayoría de la población. No es ninguna coincidencia que los escépticos en cuanto a cambio climático siempre son los ultra-nacionalistas – probablemente porque no cuentan con ninguna solución, y ante eso, la mejor estrategia es cuestionarla, menospreciarla, generar duda o distraer con otro tema.

Resolver un problema cuyas consecuencias dramáticas ya se están notando (y aumentan diariamente) y que impactan en el conjunto del planeta y futuras generaciones, requiere líderes con visión global. Dirigentes con la capacidad de colaborar y construir, junto con otras naciones y regiones, una sociedad que conserva y cuida su planeta. Claramente, los nacionalistas no son la solución ante este problema existencial, ni ofrecerán ninguna.

Creo que esta reflexión es clave, especialmente para los votantes a los que le resulta atractiva la opción nacionalista.

Hay otras maneras para aproximarse al cambio en la conciencia humana fuera del ámbito político y que afectan a elecciones que tomamos en nuestra vida privada y diaria. A modo de ejemplo, algunas que yo y mi pareja hemos puesto en práctica son: nos cambiamos de compañía energética a una 100% renovable (Som Energía); reciclamos y reducimos los envases y plásticos al mínimo posible (ej. bolsas de tela para la compra, termo de café al trabajo, botella de agua reutilizable de acero inoxidable); optamos por una dieta con mayor protagonismo de hortalizas y frutas frente a alimentos de origen animal; transporte vía carsharing (preferencia por híbridos o eléctricos) y transporte público; recogemos basura del campo (cuando salimos de paseo, aprovechamos para limpiar en la medida de lo posible); animar y apoyar a individuos y movimientos que son parte de la solución – especialmente los liderados por las nuevas generaciones, los movimientos escolares y los juveniles.

Necesitaremos coraje para colocar a nuestra sociedad en una realidad donde estas cuatro acciones – energía renovable, economía circular, conservación del ecosistema y cambio en la conciencia humana – sean el modus operandi. Tenemos 12 años para lograrlo. La alternativa – seguir sin cambios – implica superar la temperatura media global en 1.5 ºC – 2.0 ºC e iniciar nuestra propia desestabilización y extinción, y la de al menos 1 millón de especies, que sin duda sufrirán generaciones futuras. Esta es la conclusión a la que ha llegado la comunidad científica tras años de análisis rigurosos. Esta es la realidad.

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«Hemos recorrido todo este camino para explorar la luna, pero la cosa más importante que hemos descubierto ha sido la tierra.» William Anders, astronauta de la misión Apollo 8 y autor de la fotografía Earthrise.

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